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La silla del Cementerio

Los panteones o cementerios son lugares en los que la vida y la muerte se mezclan. Decimos esto porque cada vez que se entierra una persona, sus dolientes acuden a darle el último adiós.

Por su parte, algunos autores de leyendas ecuatorianas de terror aseveran que, en este lugar, hay miles de historias que merecen ser contadas. Esto analizándolo desde un cierto punto de vista es verdad, ya que, si las lápidas pudieran hablar, seguramente 

nos contarían crónicas fantásticas de fantasmas o entes que se aparecen a mitad de la noche.

Ahora bien, alejándonos un poco de las historias de miedo, les quisiera compartir esta crónica que más que otra cosa es una historia de amor. Se trataba de un matrimonio que por azares del destino había arribado a la ciudad de Riobamba a fines del siglo XIX.

Eran dos seres que compartían todos sus gustos y aficiones, pero lo que más les complacía era llevar a cabo acciones que desencadenaran en el bien social.

Nadie pudo imaginar la tragedia que estaba por sufrir aquella pareja. Y es que de momento Elizabeth (así se llamaba la mujer del matrimonio) enfermó repentinamente y luego de luchar varios meses contra una desconocida enfermedad murió.

Mientras tanto, su esposo Jozef se quedó con el alma destrozada. Lo peor es que no podía sacar la imagen de ella de su mente. El hombre pasaba día y noche abrazado a la lápida de su mujer.

Algo que no hemos mencionado hasta este momento, es que ambos eran extranjeros y, por lo tanto, tenían un plazo de estancia máximo dentro del territorio ecuatoriano. Sin embargo, cuando éste se cumplió, Jozef se negó rotundamente a dejar sola la tumba de su esposa, pues decía que en su país de origen ya no le quedaba nadie.

Las autoridades se comparecieron de él y dejaron que la siguiera visitando en el cementerio de forma regular. Así, cualquiera que visitara panteón, podía ver a aquel hombre sentado en una silla, junto a ella.

Había veces en las que ambos “conversaban” otras tantas, él le leía poemas de su libro favorito.

Luego de varios años Jozef murió y fue sepultado por la propia gente del cementerio al lado de su esposa. Por último, los sepultureros decidieron colocar por siempre una silla. A esa tumba, como un fiel recordatorio de que el amor verdadero (y sobretodo eterno) existe.

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